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Van Gogh. El encantador pueblo francés que inspiró sus cielos y girasoles antes de morir

Auvers-sur-Oise conserva todos los vestigios del paso del artista y gran parte de sus avatares mentales, incluyendo la casa de su médico. El 30 de marzo, día del nacimiento de Van Gogh se conmemo...

Auvers-sur-Oise conserva todos los vestigios del paso del artista y gran parte de sus avatares mentales, incluyendo la casa de su médico. El 30 de marzo, día del nacimiento de Van Gogh se conmemora el Día Mundial del Trastorno Bipolar, dolencia que, según se cree, lo acompañó toda su vida.

Los colores vibrantes ensamblados en una danza casi holográfica se disparan desde sus cielos y sus noches, sus campos y sus girasoles. Vincent Van Gogh pintaba con furia y desenfreno, como vomitando un gozo que parecía destruirlo por dentro si no ganaba la tela. Los 70 días previos a su muerte los pasó en Auvers-sur-Oise, apenas a 30 kilómetros al noreste de París. Un pueblo al que se llega fácilmente en tren, con una impronta vívida del pintor que no sólo se expresa en el museo montado sobre la posada en la que se alojó, su tumba junto a la de su hermano Theo, casi abrazadas a los girasoles, sino también por un extenso recorrido que permite descubrir las inspiraciones originales de los 74 cuadros y decenas de dibujos que realizó en el corto tiempo que pasó allí.

El arribo de Vincent a Auvers fue casualidad. Luego de haber sido diagnosticado decenas de veces previamente con dolencias que incluyeron la epilepsia, la esquizofrenia, la neurosífilis y la psicopatía, su hermano Theo atendió el consejo de la pintora Camile Pissarro. El doctor Paul Gachet, nacido en Lille, se había afincado en Auvers en 1872 luego de especializarse en enfermedades nerviosas. Mecenas y amante de la pintura, parecía un buen candidato para enfrentar los fantasmas de Van Gogh, quien arribó al pueblo el 20 de mayo de 1890. El médico ya había tratado a figuras como Renoir, Cézanne y Manet. De Gachet Vincent pintaría dos retratos célebres. Una versión se exhibe hoy en el Museo de Orsay, en París; mientras que la segunda fue vendida a un empresario japonés, Ryoei Saito, quien pagó 82,5 millones de dólares por ella en una subasta en Christie’s de Nueva York, una cifra récord para entonces, pero luego la vendería a un fondo de inversión. Hoy se desconoce su paradero.

Recién arribado a Auvers, Van Gogh se instaló en el centro mismo de la ciudad, en la posada de Arthur Gustave Ravoux, en un pequeño dormitorio que da al rellano del segundo piso iluminado por una claraboya en el techo a un valor de 3,5 francos al día y 2,5 por la pensión completa en el restaurante de la planta baja. Pensaba que ese sitio sería temporario hasta que llegaran sus muebles de Arlés. La posada se encuentra hoy casi intacta. Con una particular dedicación, transformada en museo, puso en valor cada detalle y se la puede visitar en un tour guiado. Ha conservado su decoración y la atmósfera típicas de finales del siglo XIX. Casi se puede escuchar el rumor apagado de conversaciones y mozos. Apenas diez mesas de roble pulido, un mostrador de zinc, paños de cocina de lino rojos sirven de manteles. Una puesta en escena que invita a retroceder en el tiempo.

Clasificado como monumento histórico, es hoy la única casa donde vivió Van Gogh conservada en su estado original. En el restaurante tenía su mesa al fondo de la sala. Según relata en una carta a su hermana Willemien, optaba por menús sencillos: “tomo todos los días el remedio que el incomparable Dickens me prescribía para el suicidio. Consiste en una copa de vino, un trozo de pan con queso y una pipa de tabaco”. Aún hoy se puede comer allí de miércoles a domingo entre las 12 y las 18. Ofrecen embutidos finos y quesos en tablas para compartir, platos de comida de estilo bodegón y pastelería. Es preciso reservar.

Última pincelada

Fue en la tarde del 27 de julio cuando Van Gogh, que se había ido al campo a pintar como todos los días, resultó gravemente herido de bala en el pecho en un sembrado de trigo. A pesar de la lesión, logró llegar a la posada. No dijo nada y se refugió en su cuarto, hasta que el propietario del lugar, Arthur, lo escuchó quejarse, descubrió los sucesos y convocó al doctor Gachet. No pudo operarlo allí y tampoco trasladarlo porque los baches del camino empeorarían el cuadro. Vincent se quejó toda la noche.

Ravoux convocó a la policía que con el herido aún vivo, le consultó de por qué había intentado suicidarse. Van Gogh sólo respondió que se hirió a sí mismo y no quiso dar más detalles. Para entonces llegó Theo, que acompañó a su hermano moribundo que falleció a la 1.30 del día posterior a los 37 años.

Este “campo abierto característico y pintoresco”, en palabras de Vincent, de Auvers-sur-Oise sigue siendo casi desconocido. El pueblo está repleto de valles y colinas que aportan paisajes imborrables y una guía minuciosa permite detectar muchos de los sitios en los que el propio artista pintó algunos de sus paisajes durante su estadía.

La ciudad invita a ser caminada para descubrir las orillas del Oise, la meseta de Vexin y otros lugares más allá de la célebre cantina. Es visita obligada y conmovedora la de las tumbas de ambos hermanos cubiertas de hiedras y sembradas con algunos girasoles en el cementerio local sobre una colina suave y casi en soledad, exceptuando a los pocos lugareños. El sitio se enclava exactamente al lado del campo de trigo donde el disparo mortal habría tenido lugar.

Notre-Dame-de-l’Assomption es la iglesia inmortalizada en uno de sus cuadros más célebres, que se puede ver en el Museo de Orsay. Es interesante el contraste de la pieza arquitectónica y la estética onírica que le aportó el pintor. Acompañados de su reproducción gráfica en un panel frente a ellos, también se pueden ver el Ayuntamiento, la Maison-Atelier de Daubigny o el famoso campo de trigo.

También sigue en pie la casa del doctor Gachet, enclavada en un entorno verde, que se convirtió en centro de reunión de artistas. Su área de exhibición permite descubrir algunas obras poco conocidas de Van Gogh, pero también de Cézanne y Pissarro. Al mismo tiempo se pueden ver pinturas del propio doctor que tenía como toque personal el de esconder siempre un pato en sus dibujos.

Otro hito es el taller de Charles-François Daubigny y su decoración magníficamente restaurada, creada por el propio artista y sus hijos, Corot Daumier y amigos de la familia. También se puede visitar el museo que lleva su nombre.

El Museo de la Absenta es una curiosidad que se revela a través de anuncios originales sobre el ajenjo anteriores a 1915.

Finalmente, el Castillo de Auvers es una reliquia que permite trasladarse en el tiempo y admirar la belleza del entorno. Para llegar es preciso seguir las chapas adheridas al piso que dicen “Vincent”. Apenas a unos 10 minutos de caminata desde la estación de trenes, esta obra arquitectónica de estilo Luis XIII sumerge a los visitantes en la época de los impresionistas. Los jardines que rodean el castillo merecen un recorrido para entender mejor cuán atrapante era el paisaje para ser pintado.

El mejor souvenir puede salir de la tienda del museo en Ravoux, o de su bodega que comercializa vinos propios desde 1876. Los mismos que saboreó el pintor en su mesa habitual a fondo de la sala.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/revista-lugares/van-gogh-el-encantador-pueblo-frances-que-inspiro-sus-cielos-y-girasoles-antes-de-morir-nid30032024/

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