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Mitómanos. Mienten compulsivamente y llegan a inventar desde posiciones económicas hasta enfermedades

“Soy íntima amiga de Caetano Veloso” contaba siempre Fabiana con orgullo. La “prueba” de ese vínculo era una foto vieja, robada a las apuradas en la entrada o salida de algún recital. Li...

“Soy íntima amiga de Caetano Veloso” contaba siempre Fabiana con orgullo. La “prueba” de ese vínculo era una foto vieja, robada a las apuradas en la entrada o salida de algún recital. Liliana convivía en Entre Ríos con su pareja, pero mantenía una relación paralela con otra persona en Buenos Aires, llena de mentiras hacia ambos lados. Viajante de comercio fue la profesión que inventó Juan para justificar sus ausencias ante sus tres novias. Elvira, la protagonista la serie de Netflix Mitomanía, simuló tener un cáncer de mama para lograr el reconocimiento de su marido -que la engañaba- y el de sus hijos.

Y hay casos muchísimo más graves, como el de Jean Claude Romand, un francés que llevaba una doble vida y durante 18 años engañó a todos diciendo que era médico y que trabajaba para la Organización Mundial de la Salud (OMS). La resolución de la mentira fue terrible: cuando lo descubrieron mató a su mujer, a sus dos hijos y a sus padres. La historia, sucedida realmente en 1993, se cuenta en el libro “El adversario”, de Emmanuel Carrere.

Estas personas padecen un trastorno que los lleva a mentir en forma compulsiva, en la mayoría de los casos con el fin de causar más impacto, admiración o impresión en los demás, una conducta que puede nutrirse de una profunda falta de autoestima. Son mitómanos.

¿Mitómanos en nuestro entorno?

“Si el beneficio que busca el mitómano es simplemente agradar o que lo admiren no causará un mal mayor, pero si tiene una relación más profunda es posible que, pasado algún tiempo, la otra parte no quiera o pueda sostenerla más. Ahí pueden aparecer los mayores problemas, a veces serios”, dice el psicólogo español Juan Moisés de la Serna en diálogo con LA NACION.

Para su colega argentino Juan Manuel Prat, hay que mirar no solamente a quien miente compulsivamente sino también al que ha formado pareja con él o con ella: “A veces, para sostener una relación con un mentiroso compulsivo hay personas que caen en la ´automentira’, es decir, niegan las mentiras del otro, aunque no deliberadamente.”

¿Cuántas veces nos cruzamos con mentirosos compulsivos? “Al estar un tiempo cerca de un mitómano, se ven pequeñas contradicciones o que siempre va posponiendo ‘las pruebas’ sobre si algo es cierto o no. Al principio todo suele sonar muy bien. Pero pronto llegarán las excusas, incluso los cambios de humor y los enojos si se hace evidente que no dice la verdad”, señala De la Serna.

No es nada fácil definir la mitomanía. El DSM V, algo así con la “biblia” de la psiquiatría de Estados Unidos, indica que no se puede caracterizar como una enfermedad porque las personas que tienden a mentir recurrentemente tienen otro tipo de trastorno primario.

“El mitómano tiene aspectos del antisocial, del narcicista y del histriónico -afirma María Florencia Vidal, del equipo de psiquiatría de Fleni-. El antisocial es el que no acepta normas, el que pasa el semáforo en rojo. Mentir aparece como un recurso adaptativo y la mitomanía es una compulsión que combina el narcicismo y el histrionismo: narcisistas porque necesitan sentirse grandiosos e histrionismo porque necesitan ser el centro”.

La experta suma además la presencia de un mecanismo que es igual al de las adicciones para describir a estos pacientes. “El mentiroso compulsivo sufre de muchísima ansiedad y decir mentiras lo alivia. Esa es la compulsión. El adicto necesita de una sustancia, ellos, de la mentira. El mitómano repite la mentira porque no puede vivir de otra forma”, explica.

El efecto bola de nieve

Entender la cabeza de los mentirosos compulsivos no es una tarea sencilla y la manera de abordarlos, tampoco. “El mitómano siempre es consciente de que miente -expone Marcelo Cetkovich, jefe de psiquiatría de Ineco-. Produce un efecto bola de nieve y no siempre obtiene un beneficio concreto más allá de aparentar lo que no es. La mentira se va agravando, es como si imaginaran mucho y contaminan el discurso con esas mentiras. Pero el criterio de realidad, a diferencia de lo que pasa en una psicosis, está mantenido. No existe el interés de obtener un beneficio, sí de engañar: que yo te diga que fui agente de la CIA y que vos me lo creas.”

Sin embargo, Prat puntualiza que existen casos en los que el circuito se complejiza y ahí los mitómanos no tienen necesariamente conciencia de que están mintiendo: “Sufren un trastorno borderline, no reconocen el valor de la palabra ni tampoco el impacto que eso puede generar en el otro”.

Gabriela Goldstein, psicoanalista y presidenta de la Asociación Psicoanalítica Argentina, le da una vuelta más, y plantea: “Algunas veces están en el borde y se creen lo que inventan. Saben y no saben que mienten, y no tienen conflicto interno por mentir.”

Cetkovich añade que hay poca investigación científica sobre el tema y que difícilmente estas personas llegan a la consulta porque no reconocen tener un problema. Es más, no es fácil encontrar especialistas que hayan tenido pacientes mitómanos.

En 1900, el neuropsiquiatra francés Ernest Dupré describió cuatro tipos de mitomanía: la vanidosa, cuando la persona se halaga; la errante, cuando huye de su realidad; la maligna, cuando se intenta compensar un complejo de inferioridad, y la perversa, cuando miente para estafar.

También existen descripciones del mitómano o pseudólogo fantástico en la literatura psiquiátrica antigua. De hecho, hay un personaje que se hizo famoso por sus grandiosas historias: el barón de Münchhausen (1720-1797), de cuyo nombre proviene el Síndrome de Münchhausen, que afecta a aquellos que fingen síntomas de enfermedades. También el Síndrome de Münchhausen por poder, una forma de maltrato infantil de alto riesgo que ocurre cuando las madres (en la mayoría de los casos) inventan enfermedades de sus hijos, y en algunos casos hasta pueden causarles la muerte por los “tratamientos” a los que los someten.

“El problema que tiene Elvira, la protagonista de la serie de Netflix, parece ser un trastorno facticio -coinciden Cetkovich y Vidal-, que ocurre cuando una persona inventa alguna enfermedad pero no busca también engañar a los médicos, como sí ocurre en el Münchhausen”.

Todos mentimos

Mentir parece ser un rasgo inevitable de los seres humanos. Una investigación de la Universidad de Virgina, Estados Unidos, indicó que decimos al menos dos mentiras por día, pero un estudio de la Universidad de Massachussets mostró resultados aún más sorprendentes: al cabo de 10 minutos de conversación, el 60% de las personas puede llegar a exponer tres mentiras, todo con el objetivo de parecer más agradables y capaces.

“Hay una diferencia de grado importante entre las mentiras y la mitomanía -afirma Vidal-. Existen mentiras aceptadas, que forman parte de la convivencia. La mentira ahí es un recurso adaptativo. Si viene mi hermana y me dice que la remera que se compró es divina, pero a mí no me parece, le digo igual que es muy linda para no hacerla sentir mal. Son mentiras que nos ayudan a convivir”.

En ese sentido, Goldstein explica: “Todos los seres humanos mentimos, en distintas formas o contextos. La mentira en el inicio y pensada desde el psicoanálisis es estructurante del mundo mental infantil. En cierta forma, creadora de lo que llamamos realidad psíquica y de la fantasía. Pero si la mentira se transforma en un reemplazo fijo y constante puede volverse adictiva, persistir y convertirse en una forma de vida”.

La mitomanía, añade, es un comportamiento que abarca aspectos de la personalidad que han quedado en etapas infantiles. También describe un narcisismo que no se construye bien y busca un reflejo social a través de la deformación o alteración de la realidad. “La mentira a veces tiene algo ingenuo -ejemplifica-. Voy a ver a los Rolling Stones e invento que después tomé champagne en el camarín con Mick Jagger…”

“El problema puede venir desde la infancia, cuando la mentira aparece como un mecanismo de supervivencia, por ejemplo, para no ser castigado -aporta Prat-. En psicología hablamos de carencia simbólica cuando falta la palabra como herramienta de lazo social y en ese vacío se pierde el peso real de la palabra y aparece la mentira”.

Vidal indica que es normal que los niños inventen fantasías e irrealidades. “Si tienen padres que los ubican en que la mentira está mal, en que son aceptados sin necesidad de mentir, la mentira entonces no se refuerza -afirma-. Pero hay familias donde aceptan las mentiras y se va generando este circuito. También depende de la personalidad y de los grupos que se van conformando . Aprende en casa, pero también en el colegio y en la vida social. La historia pedagógica de Pinocho puede ser útil para enseñar”.

El psicoanalista Luciano Lutereau introduce el concepto del falso sí mismo. “Quien miente, en última instancia, no puede ser quien es. Si el ambiente donde alguien se cría es facilitador, no tendrá que desarrollar una personalidad falsa para poder adaptarse a la situación”, señala.

Cómo detectarlos

¿Se puede tener un amigo cercano o una pareja mitómana? “Sí -dice Cetkovich-. A veces dosifican a quiénes mienten y a quiénes no. Pero la tendencia a la fabulación permanente perjudica los vínculos. Hay personas que buscan impresionar inventando una profesión o una posición económica”.

Entre algunos indicios que pueden aparecer, Prat enumera: niveles altos de ansiedad, lenguaje corporal que muestre agitación, evitación de la mirada y sudoración en las manos.

El desnudar la mitomanía y confrontar al mentiroso compulsivo no es algo sencillo y puede generar reacciones muy violentas o una desmentida absoluta. “En los casos más complicados no produce buenos resultados, porque no lo pueden dejar de hacer: sería, si se me cae la mentira, me caigo yo -expone Lutereau-. Necesitan creer sus propias mentiras para vivir. El mitómano genera historias porque no es capaz de prescindir de ellas para vivir”.

Vidal aclara que no se trata de personas delirantes. “Tienen el juicio de realidad conservado. Saben lo que hicieron, pueden no admitirlo y generar una nueva mentira: les decís ‘estás mintiendo’ y te dicen ‘yo no miento’. No sienten remordimiento porque no tienen conciencia de la enfermedad, siempre encuentran una justificación y muchas veces ‘enganchan’ nuevamente a las personas, que les vuelven a creer”, expresa.

¿Tiene tratamiento? “Difícilmente el mitómano llega admitiendo que miente -afirma Goldstein-. Tal vez lo hace por otros efectos que lo comprometen tanto que lo hacen consultar, y en la consulta aparece el problema. El análisis puede servir, depende el caso. Siempre se puede ayudar, intentar abrir una puerta en eso que se construyó tempranamente, que es un modo de defensa ante una realidad desagradable o que no nos gusta”.

En este sentido, Prat añade: “En caso de que lleguen a consulta, algo que no es frecuente, un abordaje es poder identificar los traumas que hayan atravesado y generado la estrategia de mentir como para no volver a conectar con ese dolor. Se pueden trabajar habilidades sociales, la comunicación para poner en valor la palabra, los vínculos más estrechos y la autoestima, para que la persona pueda estar en armonía con lo que es.”

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/sociedad/mitomanos-mienten-compulsivamente-y-llegan-a-inventar-desde-posiciones-economicas-hasta-enfermedades-nid06022023/

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